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El enojo es cruel, y la ira es como una inundación, pero los celos son aún más peligrosos» (Prov. 27:4)
Honestamente, lo más difícil no es que Dios no nos otorgue aquello por lo que oramos hace años: un campanero para la vida, un buen trabajo, salud o hijos. No lo más difícil es ver a Penina obtenerlo todo (1 Sam. 1:2). Lo más duro es sentir que Dios sí responde las oraciones de otras mujeres, mientras que pareciera ignorar las nuestras. Lo más doloroso es pensar que somos menos importantes, a menos que logremos ganarle a esa rival, a la Penina de nuestra vida.
La competencia y la comparación con otras mujeres surgen cuando ponemos el peso de nuestra identidad sobre cualquier otra cosa que no sea la Piedra angular. Como explica la autora Susan Barash en Tripping the Prom Queen [La zancadilla a la reina del baile de graduación], el problema radica en que «nuestra definición de nosotras mismas está ligada a nuestra percepción de otras mujeres. Nos miramos a través de comparaciones. [. ..] Nos cuesta vernos a nosotras mismas como individuos separados, con destinos propios. […] [Pensamos que] somos exitosas en las áreas en que nuestras madres fracasaron; ganamos cuando otras mujeres pierden. No podemos imaginarnos teniendo éxito o fracaso por nuestra propia cuenta; solo en comparación con otras mujeres».
La Biblia tiene muchos
ejemplos de mujeres que compitieron entre sí, mujeres rivales: Sarah y Agar,
Raquel y Lea, Evodia y Síntique. Sus historias reflejan la marea tóxica que la
comparación y la competencia traen a nuestra vida. Pero la Biblia ofrece un
mejor camino, el que recorrieron Rut y Noemí, el que anduvieron María y
Elisabet. Como explica la autora Bethany Jenkins en Women, Were
Co-Workers, Not Competitors [Mujeres: somos compañeras, no competidoras].
«cuanto más aceptemos nuestra identidad fundamental como cristianas, más
capaces seremos de ver a otras mujeres como colegas, y no como competencia».
La próxima vez que te
encuentres con la Penina de tu vida, te invito a que recuerdes que tu valor e
identidad están grabados para siempre en las manos de Jesús (Zac.13:6). Te
invito a que ores para que Dios bendiga a esa mujer y ensanche su territorio (1
Crón. 4:10). La envidia y la generosidad no pueden convivir dentro de tu
corazón. Cuando eliges bendecir a Penina, la envidia se derrite. Finalmente, te
invito a que recuerdes que Dios está escribiendo una historia única y original
en tu vida. A Dios no se le acaban los planes ni las buenas ideas. No te
compares. Tú eres una obra maestra en las manos del mejor Artista.
Señor; te agradezco porque
el éxito de los demás no es mi fracaso. Cuando me
sienta tentada a compararme y competir con otras mujeres, recuérdame quién
soy: tu hija amada.
fuente ADVENTISTAS AL 100%