Lección 8 | Miércoles 16 de febrero
EL NUEVO PACTO TIENE MEJORES PROMESAS
Podemos sentirnos tentados
a pensar que el Nuevo
Pacto tiene “mejores
promesas” en el sentido de que tiene mayores recompensas que las que tenía el Antiguo Pacto (una patria celestial, la vida eterna,
y otras). La verdad es que Dios les ofreció a los creyentes del Antiguo Testamento las mismas recompensas que nos ofrece a nosotros (lee Heb. 11:10, 13–16). En Hebreos 8:6, las “mejores promesas” se refieren a una clase
diferente de promesas.
El Pacto entre Dios e Israel era un intercambio formal
de promesas entre
Dios e Israel. Dios tomó la iniciativa y liberó a Israel de Egipto, y prometió llevarlo
a la
Tierra Prometida.
Compara Éxodo 24:1 al 8 con Hebreos 10:5 al 10. ¿Cuáles son las simili- tudes y las diferencias entre estas dos promesas?
El Pacto entre Dios e Israel se ratificaba con sangre. Esta sangre se rociaba sobre el Altar, que representaba a Dios,
y sobre las doce columnas, que repre- sentaban al pueblo. El pueblo de Israel prometió
obedecer todo lo que el Señor había dicho. Esa era la promesa divina
y es lo que se requiere de nosotros al hacer un pacto con Dios.
“La condición para alcanzar la vida eterna
es hoy exactamente la misma
que siempre ha sido –tal cual era en el Paraíso antes de la caída de nuestros primeros
padres–: perfecta obediencia a la Ley de Dios, perfecta justicia. Si la vida eterna se concediera con alguna condición
inferior a esta, entonces peligraría la feli-
cidad de todo el Universo. Se le abriría
la puerta al pecado, con todo su séquito de aflicción y miseria, y se lo inmortalizaría” (CC 53).
Dios satisface las demandas absolutas
del Nuevo Pacto
por nosotros porque
dio a su propio Hijo para que viniera a vivir una vida perfecta
para que las pro- mesas del Pacto se cumplieran en él y luego se nos ofrecieran por la fe en Jesús.
La obediencia de Jesús garantiza las promesas del Pacto (Heb. 7:22). Demanda
que Dios le dé las bendiciones del Pacto a él, y él luego nos las da a nosotros. De hecho,
aquellos que están “en Cristo” disfrutarán de esas promesas con él. En segundo lugar, Dios nos da su Espíritu Santo para empoderarnos y así poder
cumplir su Ley.
Cristo ha satisfecho las demandas del Pacto; por lo tanto,
el cumplimiento de las promesas que Dios nos hizo no está en
duda. ¿Cómo te ayuda esto a entender el significado de 2 Corintios 1:20 al 22?
¿Qué maravillosa esperanza encontramos aquí?